lunes, 2 de junio de 2008

Verdad...


-¿Como es posible?-me pregunté, pero la respuesta me asaltó de inmediato, invitándome a escucharla y a callar por unos segundos, tratando de entenderla primero y luego, de digerirla, a pesar del dolor que me provocaba...pero esa era la verdad...la demoníaca y a la vez santa verdad.
La verdad... esa que hiere, que sana, que otorga, que quita. La que te hace más humano, la que te vuelve animal en momentos determinados. A la que muchas veces aplasta, cuando quiere ser libre, que quema, cuando quiere escapar de los labios traicioneros del mentiroso.
¿Qué puede más, la verdad o la mentira? Dicen que la verdad siempre se avecina, tarde, pero jamás nunca. Sin embargo, ¿Es tan necesario su sola presencia? Depende del oyente, a quien le concierne el hecho determinado de lo que se quiera sacar de las fauces de la oscuridad. A algunos, le agrada, a otros, les duele, a algunos les da más porqué vivir, a otros, simplemente les mata. Pero la verdad siempre estará ahí, presionando para salir victoriosa, de una u otra forma, como la guerra y la "paz" ( ¿y quién dijo que de la guerra se hacía la paz?) carcomiéndose mutuamente.
Aún así, la verdad nace para aliviar al que la deja escapar y, a veces, para el que la toma al volar. Pero mejor se siente el primero, ¿Qué puede ser mejor que alivianar el alma dejando escurrir cada llaga en ella, cuando por la comisura de tus labios escapan frases llenas de sinceridad? Nada. Simplemente nada. Y es que te sientes tan libre, que poco te importan las represalias en el fondo... por fin suspiraste tranquilo, ya no te falto el aire, porque es ella la que te otorga anestesia para superar lo demás... al otro le duele, a ti te sana.
¡QUE PARADOJA!